Friday, February 28, 2014

He sido renuente a inscribirme en esos populares sitios de citas del internet que a través de algoritmos prometen encontrarle a uno la pareja ideal, la correspondencia perfecta, etc, etc., hasta que la otra noche me desperté sin sueño a las 2:00 AM y al no hallar qué hacer, agarré el teléfono y bajé la aplicación Tinder.

De seguro me dejé llevar por algunos artículos que leí, entre ellos alguno que hacía referencia a que había sido una de las aplicaciones más usadas por los atletas olímpicos en las recientes olimpíadas de invierno en Sochi con el fin específico de facilitar los encuentros (y posiblemente sexo) entre las personas interesadas entre sí.

Debo también haber leído algo sobre el furor que Tinder ha provocado entre sus seguidores debido a la simplicidad de la aplicación que únicamente conecta a dos personas si las mismas de antemano y por separado han expresado que se gustan entre sí. Todo ello basado en fotos o en un perfíl prestado de Facebook.

En un dos por tres me puse en línea y comencé a ver fotos de prospectos de todos los colores y todas las edades. Era fácil, con un click, hacer saber las chicas que me gustaban y de la misma manera rechazar las que no. Pronto y a una velocidad extraordinaria estaba poniendo me gusta a cuanta mujer me parecía interesante sin ver todas las fotos y ni siquiera leer su perfil, si es que acaso tenían uno.

Muy pronto hubo 2 chicas que me contactaron, muy jóvenes ellas, intercambié varios mensajes con ellas e inmediatamente descubrí que Tinder se presta perfectamente para todo tipo de negocios.

Las bloquée y fui a las herramientas para ajustar el Software... Limité la distancia de 50 a 20 millas y también la edad de las personas con las que idealmente me interesaba interactuar.

Debo decir que la cosa es adictiva y que ese día no dormi más y estuve chequeando la aplicación hasta las 10 de la mañana siguiente, poniendo me gusta por aquí, rechazando gente por allá, hojeando y leyendo perfiles a diestra y siniestra, mirando fotos y más fotos hasta que de pronto me di cuenta de lo estúpido, tonto y alocado que era todo eso... En ese momento me salí, borré todo y me puse a reflexionar.

La realidad es otra cosa. Uno no rechaza a la gente de manera tajante por tener cierta edad o por ser de determinado color o por ser o no ser bonita o fea... Había algo perturbador en todo eso, morboso y en cierto modo también excluyente, elitista que se presta a juzgar a las personas de manera superficial, sólo por la apariencia y que deja de lado la verdadera razón y esencia por la que debemos conocer otros seres humanos.
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