Friday, July 31, 2020

Dejar la bebida no quiere decir dejar de vivir

Como hemos dicho antes, la pandemia ha creado oportunidades para aprender cosas. En mi caso, además de perder el tiempo viendo series y películas, he aprovechado la ocasión para dedicarme a observar y darle de comer a las aves que visitan el patio trasero. En la parte delantera he sembrado Celias y Marigolds (French) además de Albahacas en tarros y creo que una que otra Dalia aunque no estoy seguro porque no han florecido todavía.


Todo lo mencionado anteriormente ha sido importante, pero quizás lo más relevante es el espacio que se abierto para la autoreflexión. Fruto de este ejercicio que "obliga" a autoanalizarse se pueden descubrir cosas sobre sí mismo que a pesar de estar a simple vista no les prestamos la suficiente atención y al final terminamos pasándolas por alto. Un caso de esta naturaleza es el que me motiva a escribir esta entrega. 

¡Aquí vamos!

Aparentemente soy intolerante al alcohol. Nada fuera de lo común. También soy intolerante a la lactosa y desde hace mucho tiempo no tomo leche pura ni nada que la contenga a excepción de los helados, el yogurt o el queso. La leche pura del cartón, no puedo o sí puedo porque me gusta pero luego vienen las consecuencias; dolor de barriga, correderas, malestar estomacal y diarrea. Una vez hecha la conexión la dejé de tomar. La evito como el Diablo a la cruz (expresión de mi mamá).

El consumo masivo de aguardiente, necesario para soportar el encierro prolongado de estos días de pandemia, me ha tocado darme cuenta de que mi organismo no tolera el alcohol y al igual que la leche debe de ser una situación progresiva que se va agravando con los años. Parece que la producción de la enzima que degrada el alcohol va en declive y por eso un pequeño exceso me provoca dolores de cabeza que me duran por días.

En serio, a consecuencia de estas reacciones, en más de una ocasión he creído que he contraído el virus. Otras veces he achacado los síntomas y malestares que he padecido como producto de alergias. El virus quedó descartado al hacerme una prueba serológica que dio negativo. Y tuve finalmente que recurrir a Google para darme cuenta de que la situación de intolerancia al alcohol es bastante común y a ello se debe el que la existencia de mucha gente se torne miserable al día siguiente de consumirlo.

La pregunta obligada es, ¿porqué cuesta tanto darse cuenta de algo que ha estado presente no sólo ahora sino por años? La respuesta sencillamente es porque a veces no queremos ver la realidad tal cual es. Porque si la vemos tal cual es ello supone hacer ajustes que alteran completamente nuestra manera de lidiar con el mundo.

El alcohol es un lubricante social y está en todas partes. Forma parte de nuestra cultura y consumido en moderación nos ayuda a sobrellevar los sinsabores de la vida, el estrés existencial y no está demás decir que ayuda también a alegrarnos la vida haciéndola más llevadera. Se crea un vacío enorme si de repente nos dicen que debemos dejar de consumirlo a causa de que somos intolerantes, lo que en otras palabras quiere decir que nuestro cuerpo tiene dificultad en procesarlo y si no le hacemos caso debemos entonces atenernos a las consecuencias.

Hemos decidido hacerle caso a las señales que nos envía el cuerpo y en consecuencia empezamos ya a disminuir la ingesta de cerveza, vino y bourbon que son mis bebidas favoritas lo cual resuelve una parte del problema. Los dolores de cabeza han desaparecido casi por completo como por arte de magia.

La otra parte de la ecuación es que aunque evitar y no sentir sensaciones desagradables es una buena recompensa en sí misma, no es suficiente para impedir que anhelemos esas otras sensaciones como las que nos produce disfrutar de una cerveza helada o un vaso de un buen vino tinto. 

La cuestión es -y aquí viene la autoreflexión, ¿cómo puedo sustituir una sensación placentera que me hace daño por otra igual de placentera y que no me haga daño? La cosa no es tan fácil, porque como seres humanos, al menos en mi caso, siempre estamos en la búsqueda de emociones o experiencias que alteren y realcen nuestro existir. Y es que lo que tenemos a mano a veces no es suficiente para hacernos sentir que estamos realmente vivos. Sin llegar a extremos, porque todos los extremos son peligrosos y es un arma de doble filo, siempre queremos y buscamos más.

Una idea me está quedando clara, sin embargo. No quiero seguir sufriendo dolores de cabeza a causa del alcohol. Tampoco quiero dejar de sentir lo que siento cuando me tomo unas cuantas cervezas o una copa de vino, etc. Creo que si tengo que disminuir o dejar definitivamente de tomar lo voy a hacer. No sé con qué lo voy a sustituir pero estoy en la búsqueda de una solución equitativa que no implique degradar la calidad de vida que ahora tengo. ¡Ya veremos!
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