Mi amiga está harta de que todo el mundo que se le acerca sólo ande detrás de dinero. No el suyo, claro está, sino el de la compañía para la que trabaja, pero es la falta de consideración y de interés real hacia ella lo que le provoca muy fuertes reacciones.
Se me ocurrió contarle una historia que leí de una stripper. Al principio ella reaccionaba a todas las miradas devoradoras que todos los hombres le echaban a su atractivo cuerpo, como queriendo comérselo. Con el tiempo esa reacción de malestar se transformó en una de pena y hasta de complacencia por el poder que le confería ser dueña de algo por lo que tantos estaban dispuestos a pagar. Transformar en debilidad lo que muchas mujeres consideran como lascivia y lujuria en el hombre, hizo el truco de acercar esta mujer hacia sus congéneres del sexo opuesto quiénes eran menos afortunados por venir al mundo con esa irrefrenable inclinación de admirar y adorar el cuerpo femenino.
Descubrir las debilidades humanas en los otros, le dije a mi amiga, no debería ser algo por lo que reaccionemos irreflexivamente. Quizás ello pueda ser una oportunidad para darnos cuenta del poder que tenemos y cuán sabiamente deberíamos usarlo. La realidad, en otras palabras, es como es y aceptarla es la clave de todo. Nos esforzamos tanto para no ver las cosas como son que lo que hacemos realmente es programarnos para frustrarnos cada vez que estas nos señalan una dirección distinta a la que nuestros deseos y expectativas nos habían falsamente indicado.
Me preguntó si lo que deberíamos hacer es ver el aspecto positivo de las cosas y dejar de lado lo negativo. Le contesté que no necesariamente, pues lo que consideramos negativo siempre está ahí y no es negativo porque no se ajusta a nuestra visión de las cosas. Bajo la misma lógica pudiera ser que seamos nosotros entonces los que tengamos una visión desajustada del mundo cuando intentamos que el mismo gire alrededor de nosotros y no a la inversa.
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