Qué las palabras no significan lo mismo para todo el mundo no es una noticia nueva. O por lo menos lo que ellas representan o significan en un momento dado cuando las emitimos. Ellas deberían ser precursoras de la acción si lo que decimos tiene relación con alguna actividad futura que nos comprometemos a realizar.
¡Cuánta diferencia hay sin embargo en cuanto a la ligereza o el compromiso que estamos dispuestos a afrontar una vez las palabras han salido de nuestras bocas! Y no quiere decir que no se tenga derecho a cambiar de idea con relación a algo, pero en casos semejantes se debería tomar con seriedad lo dicho con anterioridad y hacer los enunciados de lugar que permitan dar cuenta con tiempo de esos cambios y de los ajustes necesarios que hay que hacer para manejarlos apropiadamente.
Inicialmente produce frustación el experimentar el valor diferente que cada quién le da a lo que dice y la consecuente expresión o ausencia de acciones que se derivarían de ellas. Con el tiempo, ya sea por habituación u otro mecanismo psicológico, uno llega a acostumbrarse a estas discrepancias o asimetrías si se quiere y nuestras reacciones llegan a ser comprensivas hasta cierto punto de lo que ocurre y el porqué de la ocurrencia de estos fenómenos de nuestra vida cotidiana.
Toda esa iluminación no ocurre por arte de magia. Hay siempre un comienzo que algunos podemos rastrear en el tiempo como el inicio de tal entendimiento. Para mí ocurrió al final de un semestre en la universidad y ante la eventualidad de la separación, cuando todo el mundo se retiraba a sus pueblos de origen a consecuencia de la llegada de las vacaciones intersemestrales. Un grupo de mis amigos más cercanos y más afines acordamos e hicimos el compromiso de reunirnos en uno de los pueblos (Puerto Plata) en una fecha también importante para que nadie puediera olvidarla. Si mal no recuerdo debió haber sido un 27 de febrero, día de la independencia.
Tomamos los datos de lugar. Supuestamente no era necesario confirmar nada. Teníamos los teléfonos de todos y sólo teníamos que aparecer en el lugar a aproximadamente una hora determinada. Uno del grupo iba a ser el anfitrión.
Llegado el día, sólo Fernando acudió a la cita. Ni siquiera el anfitrión esperaba que alguien se presentara. Obviamente yo fui el único que creyó en el valor del compromiso que estábamos contrayendo...
2 comments:
¡Vaya anécdota Fer!, digna de aparecer dentro de una novela por lo menos.
¿Qué hiciste cuando te percataste que nadie acudía? Finalmente pudiste verte con algún compañero que se acercara, "el anfitrión" al menos?
Pues no faltaba más Carol. Sólo tienes que hacer la novela y la historia es tuya: una historia real :))
Y respondiendo a tus preguntas sí logré reunirme con el anfitrión. Tuve suerte al conseguirlo en su casa.
Ciertamente se sorprendió cuando lo llamé por teléfono para que me fuera a buscar dónde me dejó el vehículo de transporte.
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