Tuesday, May 11, 2010

Defensas

Soy de los que cree que de manera general el ser humano es intrínsecamente bueno y que nunca hace daño de manera adrede a menos de que sea provocado. Para hacer daño, sobretodo a otro ser humano y sin ninguna aparente justificación tendría que denigrarlo y/o imaginarse las peores cosas de ese otro ser humano hasta el punto de no considerarlo como tal. Sólo basta oír las historias de masacres que se han sucedido a través de la historia para entender cómo los perpetradores de ellas le encuentran sentido al mal que le ocasionan a sus víctimas. Sucedió con los Nazis en contra de los judíos, los americanos con los vietnamitas y los comunistas y los dominicanos con los haitianos en el 1937.

Otra cosa muy distinta ocurre cuando nos agreden. La autodefensa es un mecanismo incorporado en nuestros genes que nos ayudan a defendernos, a luchar ya sea enfrentándonos o huyendo y escapando de lo que consideramos un ataque real o imaginario. Porque el ataque muchas veces puede estar sólo en nuestras cabezas y por eso no deja de sentirse tan real como si de verdad fuera dirigido con ese propósito.

Las circunstancias particulares por las que hemos atravesado en la vida podrían habernos hecho quizás más sensibles para percibir amenazas dónde otros no las ven. Y las circunstancias mías, las que me hacen sentir amenazado, podrían no tener sentido o ser increíblemente absurdas para los demás. Y viceversa. No por ello, sin embargo, son menos legítimas.

Esa discrepancia o esa asimetría entre lo que yo percibo como amenazante y lo que los otros perciben como amenazante hace que muy a menudo nosotros y los demás estemos respondiendo a señales de peligro dónde en realidad nunca las ha habido pero sobretodo que ambas partes se estén descalificando por los motivos que suscitan esos caldeados estados de alerta.

Es difícil predecir también el momento cuando somos nosotros que provocamos el que se disparen los mecanismos de defensa de un tercero o desde fuera se provoca el que se disparen los nuestros. Aunque existe el sentido común no siempre este nos ayuda a reconocer los puntos sensitivos nuestros y los ajenos. Las personas no tenemos un manual en nuestras caras que podamos leer e intercambiar con todas las personas con las que interactuamos y aún si se pudiera, hay cosas que ni nosotros sabemos o recordamos que nos molestan o el porqué nos sobresaltan y nos damos cuenta sólo en el momento en que algo inesperado nos hace o los hace reaccionar.

Con todo lo dicho se entiende que la tentación sea fuerte para nosotros y los demás de tratar de tirar la toalla y de desistir el seguir intentando encontrar puntos de vista compartidos con aquéllos-as que provocan las más agudas reacciones de autodefensa en nosotros. Pero hasta que no logremos entender los mecanismos que subyacen a éstas nada nos aseguraría que las mismas no se presentarán de nuevo con nuevos actores o que nosotros no las vamos a reproducir en otras personas. 

Por eso y aunque la frustración a veces alcance niveles intolerables, la razón es también un mecanismo que forma parte de la naturaleza humana y debe imponerse para buscarle solución a los impasses que ocurren entre los intercambios humanos. El abandono, el retiro o el dejar de insistir en buscar vías de convivencia más pacíficas y armoniosas aunque no dejan de ser soluciones atrayentes, nos parecen, al igual que como un ejemplo arbitrario, el suicidio, una respuesta muy fácil y hasta podría ser un tanto cobarde, si no se han agotado antes otras posibilidades ante las dificultades con que nos presenta la vida.

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