Cartas, cartas. Hay algo mágico en ellas que nos encanta.
¿Será porque es un arte perdido y en peligro de extinción real? Poca gente que conozco las escribe ya. Y sabemos el porqué: los teléfonos, los correos electrónicos, los mensajes de texto se han encargado de sustituirlas. A pesar de eso, no es lo mismo ni es igual la expectativa de saber que al abrir el buzón puedes encontrar una dirigida a ti. La emoción que se siente es difícil de describir.
No me refiero a las facturas para que pagues la luz, el teléfono, el agua o las tarjetas de crédito. Ni tampoco a la invasión de ofertas que llegan por correo para que compres cosas. Me refiero a esas misivas personales donde lo que se dice muy bien pudo haberse dicho en un e-mail pero se ha preferido escribirlo con tinta, a puño y letra como dirían algunos. Nada podría ser más personal ni hacerte sentir más exclusivo. Y lo que se dice no tiene que ser necesariamente muy relevante ni muy secreto en términos de contenido.
Precisamente porque existen todos esos medios eficientísimos para transmitir y enviar mensajes con información de todo tipo es que toma más relevancia el que alguien decida tomarse todas las molestias de buscar bolígrafo, papel, un sobre e ir al correo a hacer una fila y entregar la carta a un dependiente para su posterior envío. Sumar a todo eso el tiempo de por medio entre la ida, la llegada y la espera. Con suerte tendremos otra de vuelta.
Hay que estar un poco locos para hacer algo así con tantas cosas que nos distraen y con tan poco tiempo del que disponemos... ¡Pero no!
No me lo podía creer cuando la oferta para que nos escribiéramos el año pasado provenía de una jovencita de 24 años enamorada de la belleza en todas sus formas y quién como toda buena romántica disfruta y cultiva el arte olvidado y en desuso de escribir correspondencias. Sin medir las consecuencias o sin pensar mucho en lo que me estaba involucrando, acepté.
Hace un año que comenzó esa experiencia que no era del todo ajena para mí. Antes, me había carteado con varias amigas para los tiempos que salía de la escuela secundaria. Pero era casi una obligación en esa época. No habían muchas opciones. Ahora, en cambio, es una elección. Y quizás sea ahí, en la libertad de elegir algo que tiene un costo real y entraña cierto grado de sacrificio donde reside el placer dulce y sutil de enviar y recibir cartas.
Es un acto auténtico de entrega real y recíproca. Sus cartas son mías y las mías no lo son más pues pasaron a ser de su propiedad. No sé qué hará con ésas que yo le escribí, pero las de ella yo las conservo como si fueran trofeos y las releo de vez en cuando, especialmente cuando quiero levantar el espíritu pues la condenada que me ha tocado como compañera de correspondencia escribe endiabladamente bien y es perfeccionista lo que hace que cada uno de sus escritos alcance la categoría de pequeña joya bendita.
Me voy...La tentación de releer esas de las que acabo de hablarles es irresistible... Oscar Wilde ya lo había dicho: la mejor forma de vencer una tentación es rendirse ante ella. ¡Amén!
12 comments:
Si quieres correspondencia yo puedo enviarte una carta pero no tengo datos para hacerte llegar mi epístola.
Aquí no estamos pidiendo nada Maribel. Sólo estamos alabando esa forma de comunicación. De eso se trata el post.
Ah! Perdón Fernando, creí que había "algo" tan mágico que te encantaban. Pero si no quieres, haces bien en rechazar mi oferta, en esta ocasión sí que has medido las consecuencias y pensando en lo que te estabas involucrando, y en consecuencia no has aceptado. Ja ja ja.
No estoy rechazando ninguna oferta sino puntualizando a lo que esto se refiere. Las cartas son un medio de comunicación y como tal asumen que se han dado otras condiciones previas. Me cito: "Me refiero a esas misivas personales donde lo que se dice muy bien pudo haberse dicho en un e-mail pero se ha preferido escribirlo con tinta, a puño y letra como dirían algunos. Nada podría ser más personal ni hacerte sentir más exclusivo. Y lo que se dice no tiene que ser necesariamente muy relevante ni muy secreto en términos de contenido".
¡Amén!
El acto de escribir cartas se vuelve casi kamikaze cuando uno tiene la certeza de que no habrá respuesta, de que se está regalando sabiendo que no recibirá nada a cambio. En una relación epistolar normal, se escribe con la idea de recibir respuesta. Y cuando esto no pasa, surge la pregunta de a quién pertencen aquellas cartas: ¿al remitente, que se entrega voluntariamente, o al destinatario, que las recibe como ofrenda merecida y nunca correspondida?
Buena interrogante la que planteas Ray... Diría que no hay buenas o mejores alternativas a la necesidad o el deseo de comunicación implícita en el envío de una carta.
Por lo menos creo que alguien sacia su necesidad de expresión y ese es un punto a favor de quién escribe. También existe la posibilidad de que aunque no haya reciprocidad queda la convicción de que el mensaje sí llegó y esa es otra ventaja a favor del remitente...
Y dadas las circunstancias las cartas al igual que cualquier regalo siempre pertenecen al destinatario, quién recibe el regalo y quién en última instancia es libre de decidir qué hacer con ellas, incluído el derecho de regalarse a sí mismo-a en otra correspondencia o misiva.
Creo que mi manera de ver las cartas es muy parecida a como veo una embajada: se trata de la representación concreta de una entidad ausente. Las cartas que yo envíe me representan ante otra persona, hacen que mi yo cobre materialidad. Son más yo que yo misma, se podría decir, porque son lo más real que el otro tiene de mí.
Es que, simplemente, me niego a entregar la posesión indiscutible de MIS cartas a otro. Y con eso no quiero decir que el destinatario no se vuelva también poseedor de ellas, pero siempre seguirán siendo más mías que suyas. Creo yo, vaya :).
El tema se vuelve filosófico. ¿Qué constituye una carta en sí? ¿Qué es lo más esencial de ella? ¿Acaso al descomponerla en sus partes constituyentes se pierde su esencia?
Hay muchos elementos involucrados: la forma de escribir (grafología, caligrafía), la escogencia de la tinta, el sobre, papel (otros detalles) y el mensaje en sí, que no es cualquier mensaje pero uno que tiene una motivación especial y se hace en respuesta a los estímulos de una persona en particular.
Me imagino que habrá opiniones disímiles y particulares para cada cosa dependiendo de quién sea el interlocutor que responda.
A pesar de todo me aventuro, me atrevo a sugerir que en último término todo va a depender del grado de entrega que como individuo uno esté dispuesto a aceptar como bueno y válido. Si soy capaz de entregarme sin reservas a alguien o en favor de algo, todo lo que sale de mí o es producto de mí va incluído en ello: léase también las cartas... En caso contrario pues,
Nota: hay excepciones a esta regla y no es excluyente para tu forma de ver las cosas.
Para mí las cartas son una manera de desahogarme cuando estoy decaída. Le escribo cartas a mi difunto abuelo cuando sé que él no las va a leer. Pero simplemente eso me ayuda. Le planteo preguntas, le cuento lo que me pasa, no sé... de todo.
Por otra parte, de pequeña mi prima y yo nos escribíamos cartas porque nos veíamos tres veces al año como mucho. Aún las conservo y son de lo más gracioso de lo que conservo :)
Una entrada muy interesante, Fernando. Seguiré leyendo en cuanto vuelva :D
Muy enternecedor tu relato Ms Hinchante. Lo que no acabo de procesar todavía es que alguna vez pudieras estar decaída si cada vez que voy a tu espacio lo que encuentro y se sobra por demás es un puro derroche de alegría. Si hasta un funeral que presencié el otro día me produjo más risa que lágrimas... Pero así son las cosas.
Y estoy contigo: se sienten como algo muy valioso esas cartas y ellas son un testimonio fiel de una época o una etapa de nuestras vidas o la vida de otros que quedó plasmada y congelada ahí en ese pedazo de papel (curiosidad por saber y no soy gato de si produciría el mismo efecto contarle a otra gente en vez de al abuelo. Por lo que se ve parece que fue muy importante en tu vida).
Y muy encantado, Señorita Pichiplayas. Vuelve cuando lo desees. Aquí estaremos honrados de tenerte de visita. :))
Bueno... Normalmente estoy alegre, para qué nos vamos a engañar. No obstante, cuando se me olvida estarlo (por decirlo de alguna manera), utilizo estos métodos para recordarlo ;)
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