La otra noche desperté de madrugada y sentí la necesidad imperiosa del calor de un cuerpo adosado a mí o yo abrazado a él. No tenía nombre, ni rostro. Sólo era un cuerpo. Pude imaginar cómo se adhería a mí o yo a él, sus protuberancias, sus valles y concavidades.
Era una necesidad nueva, una sensación diferente de querer tener a mi lado a alguien sin que importara mucho quien fuera esa persona, si había ido a la escuela primaria, secundaria o la universidad, si le interesaba la política o era religiosa o le gustaba la música y viajar por el mundo o el tiempo.
Nada de eso importaba. Lo importante era que pudiera estar ahí y sin embargo, no estaba. Todos estos días me he quedado pensando en el significado de esos pensamientos que me asaltaron. ¿Es acaso la liberación de las sensaciones corporales de sus atavismos, el paso a seguir para su pleno disfrute?
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