Las palabras tienen un poder muy grande y eso lo saben muy bien los políticos, abogados, escritores y todo ente que tiene algo de sentido común.
Por eso se debe tener cuidado en escogerlas para dependiendo de la situación, provocar un máximo o mínimo efecto en los receptores. Sí no prestamos atención, corremos el riesgo de ser sorprendidos por la inesperada reacción que nuestras palabras pudieran provocar en los interlocutores.
Las palabras pueden herir como cuchillos y hasta matar de manera literal, aparte de despertar todo tipo de pasiones y sentimientos como bien pueden atestiguar los lectores de poetas y novelistas y los que se deleitan con la voz elocuente de oradores profesionales.
Evidencia del poder nefasto de las palabras se pone de manifiesto con el abuso de las etiquetas (labels). Estas, están supuestas a facilitar el proceso de descripción de un fenómeno o evento en particular. En muchos casos esta descripción o rótulo se sale de control y produce un efecto negativo y nocivo en el sujeto, objeto o fenómeno que se intenta describir.
Es el caso de las denominaciones de enfermedades mentales dónde una persona que sufre alucinaciones pasa a convertirse en esquizofrénica, una que tiene problemas de aprendizaje se vuelve retardada mental o alguien que tiene problemas de disfunción sexual es un impotente.
Una característica descriptiva pasa a convertirse en un rasgo fijo e inmutable. Una descripción se convierte en un nombre, un sustantivo, un rótulo inseparable que acompaña a su huésped a todas partes y lo sujeta y lo aprisiona de manera inescapable.
Los efectos más trágicos de etiquetar los vemos en el sistema de justicia criminal y los procesos de encarcelación basados en cuotas mínimas determinadas de antemano. No hay atenuantes, no existen circunstancias especiales.
Un niño que a los 10 años toca la vagina de su hermana se convierte en un "sexual offender" de por vida, lo que lo conllevará a estar restringido y a vivir con esa marca indeleble en la sociedad. Esta categoría le impedirá estar cerca de niños y tendrá que registrarse en cada precinto policial dondequiera que se mude.
Expresiones como "guerra a las drogas" conllevan la connotación de una lucha, un enemigo que hay que derrotar y ejércitos encargados de ejecutar la guerra. Los consumidores de drogas no son víctimas o enfermos sino delincuentes a los que hay que procesar, penalizar y encarcelar de acuerdo a normas estipuladas y rígidas.
En otro orden, sólo basta decir que algo es "diabólico", "apocalíptico", o "lo peor de lo peor" para justificar el que se enfilen los cañones en su contra. ¿Suena familiar?
Nosotros mismos de vez en cuando y de cuando en vez somos culpables de etiquetar cuando llamamos estúpida a cualquier persona por cualquier torpeza cometida. O loca, o puta o cualquier cosa que se nos ocurra y que luego sirve para catalogarla.
Pero podemos ser mejores e intentamos contrarrestarlo cada vez que nos damos cuenta y de la misma manera corremos la voz y denunciamos esas etiquetas y hacemos entregas como esta para oponernos firmemente al uso abusivo de las mismas.
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