He estado pensando últimamente en lo grande que es el mundo y en el poco tiempo que uno le dedica a pensar en esa grandeza.
Sí, parece que simplificamos la vida y el mundo de tal manera que no nos damos cuenta las muchas cosas que hay a nuestro alrededor. Y lo mucho que nos falta por conocer o lo mucho que ignoramos.
Vivo en una gran ciudad y cuando ando manejando son miles de carros que van en la misma dirección que yo o en la contraria. Cuando en la noche miro esos edificios grandes con centenares de ventanas iluminadas, me imagino que detrás de ellas se ocultan vidas, personas, otros seres vivientes con sus penas, sus alegrías, sus pesares.
Por igual cuando me toca viajar. Uno tan ensimismado en su propio viaje creyendo que es algo único y especial que aunque es probable que lo sea, ese sentimiento es también compartido por millones de viajeros en miles de aviones que cruzan los cielos de aquí y de por allá.
Y de igual manera, qué de los demás, la inmensa mayoría que no puede hacer lo mismo. ¿Nos detenemos a pensar en toda esa gente?
Algo grandioso se pierde cuando dejamos de pensar en el conjunto. Parece que debe tener algún beneficio el proceso de abstracción que hacemos cuando reducimos el mundo a pequeñas unidades y cuando dejamos de ver las múltiples cosas que ocurren a nuestro alrededor.
Ciertamente debe tener un beneficio: el mundo se vuelve quizás más manejable, más predecible pero a qué precio.
Es un precio muy caro el que se paga cuando tenemos una visión reducida de la realidad, cuando dejamos de conocer la manera de pensar de los otros y cuando dejamos de abrirnos a las miles de posibilidades que el mundo ofrece.
Sí, parece que simplificamos la vida y el mundo de tal manera que no nos damos cuenta las muchas cosas que hay a nuestro alrededor. Y lo mucho que nos falta por conocer o lo mucho que ignoramos.
Vivo en una gran ciudad y cuando ando manejando son miles de carros que van en la misma dirección que yo o en la contraria. Cuando en la noche miro esos edificios grandes con centenares de ventanas iluminadas, me imagino que detrás de ellas se ocultan vidas, personas, otros seres vivientes con sus penas, sus alegrías, sus pesares.
Por igual cuando me toca viajar. Uno tan ensimismado en su propio viaje creyendo que es algo único y especial que aunque es probable que lo sea, ese sentimiento es también compartido por millones de viajeros en miles de aviones que cruzan los cielos de aquí y de por allá.
Y de igual manera, qué de los demás, la inmensa mayoría que no puede hacer lo mismo. ¿Nos detenemos a pensar en toda esa gente?
Algo grandioso se pierde cuando dejamos de pensar en el conjunto. Parece que debe tener algún beneficio el proceso de abstracción que hacemos cuando reducimos el mundo a pequeñas unidades y cuando dejamos de ver las múltiples cosas que ocurren a nuestro alrededor.
Ciertamente debe tener un beneficio: el mundo se vuelve quizás más manejable, más predecible pero a qué precio.
Es un precio muy caro el que se paga cuando tenemos una visión reducida de la realidad, cuando dejamos de conocer la manera de pensar de los otros y cuando dejamos de abrirnos a las miles de posibilidades que el mundo ofrece.
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