El verano se está acabando casi ya y tengo la sensación de que no lo he aprovechado lo suficiente. Siento que no he hecho prácticamente nada en cuanto a disfrutar del buen tiempo y las actividades propias de la estación.
No tengo claro qué debo hacer para remediar la situación. Los riesgos de viajar y/o participar en actividades en ambientes cerrados no han disminuido y por momentos la situación parece haber empeorado aún a pesar de que las vacunas confieren cierto nivel de protección.
A todo ello se agrega la actitud de la gente que quizás por haberse vacunado o por estar cansados de las restricciones que ha impuesto la pandemia exhibe ahora un falso sentido de autoconfianza y sin importar que hay nuevas variantes más peligrosas del Coronavirus, han dejado de usar las máscaras en salas de conferencia y restaurantes.
Recientemente he participado en dos actividades como las anteriores y he podido comprobar de primera mano cómo las medidas preventivas habían sido dejadas de lado. Era una cuestión individual: a nadie le preguntaron si estaba vacunado o no y el uso de máscaras era opcional. No se estaba exigiendo prácticamente nada.
No tenemos claro cuánto va a durar todo esto pero lo que sí parece posible es que mucha gente va a pagar las consecuencias de una manera o de otra, ya sea con un ataque de nervios, infectado por el virus o víctima de la depresión.
Antes de que algunos de esos posibles escenarios se apliquen a mí voy a tener que ensayar un nuevo sistema de manejo de los múltiples riesgos que conlleva la pandemia porque querásmolo o no, por lo que veo, tendremos que aprender a vivir con la existencia del virus para largo. Por el momento no se me ocurren muchas soluciones al respecto.
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