Esa dualidad mente y cuerpo, cuerpo y alma o el yo en contraposición al cuerpo que nos sostiene pero que no nos pertenece. Es lo que siento cada vez que a regañadientes tengo que visitar la oficina de un dentista o de un médico cualquiera. La sensación de ser un objeto al cual en estos lugares otras personas tienen derecho de tocar, auscultar, estirar y explorar me deja con una sensación de vulnerabilidad que no puedo evitar. Saber que dependo de ese cuerpo y que no es mío y debo entregarlo a otros para que dispongan lo que más conviene en cada caso, es simplemente una de las experiencias que más me humillan. No hay arrogancias que valgan. Sólo me queda aceptar la invasión sin oponer resistencias, con la calma prestada que me da la convicción de saber que no tengo mejores alternativas o las que hay son peores.
Qué mejor manera de bajarme los humos, quitarme el orgullo y hacerme ver al mismo tiempo lo pretencioso y pequeño que soy!
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