¡Qué el glamour se va con los años, lo sabemos todos bastante bien, pero no todo el mundo está dispuesto a aceptarlo con la misma resignación!. Y se entiende, pues no hay nada glamoroso en envejecer. Es el destino al que sin excepción vamos si no morimos antes a causa de una enfermedad incurable o a consecuencia de un accidente.
No importa la clase social a la que pertenezcamos, el color de la piel, el sexo, la raza o el lugar de origen, a todos nos pasará lo mismo.
Es un hecho, sin embargo, que algunas personas envejecen con más gracia que otras. Esas se ajustan mejor tanto física como emocionalmente a esta ley de la vida.
No precisamente es el caso de este señor de 60 años (según su propia confesión) que se nos unió en la conversación que sosteníamos el otro día en la barra de Manolo Tapas. Fue uno de esos Viernes sociales a los que yo acudo regularmente a entretenerme en ese lugar. La persona con la que el señor compartía parece que se había marchado ya.
Muy agradable, muy educado y muy atento el Míster y trabaja, según nos confió, en la parte administrativa del Departamento de Educación de la ciudad de NY. Es divorciado, vive solo y sus hijos ya son mayores de edad.
Todo iba muy bien hasta que se sentaron dos chicas a su derecha. Ellas, probablemente menos de 30 años y si no, escasamente por encima y no se veían para nada mal.
Inmediatamente las muchachas llegaron, ese hombre cambió, el tipo se transformó. Hizo un giro de 180 grados y en vez de darle la cara al grupo, nos dio la espalda y le hizo frente a las chicas de una manera tal que no podía quitarles la vista de encima.
Nos desentendimos de él y unos minutos más tarde, un vaso se desparramó en el mostrador por culpa de una de las señoritas recién llegadas y me pregunto si no sería que se puso nerviosa de tener al tipo al lado con los ojos fijos en ellas tratando sin el menor disimulo de llamar su atención.
Hasta yo salí salpicado de la bebida que contenía el vaso y aunque no duré mucho tiempo ahí después del incidente me quedé pensando en cómo alguien puede perder la cabeza de esa manera, sobretodo porque era visible que ellas no estaban interesadas en hablar con él, algo que parece, el no percibía.
La verdad es que me dio mucha pena observar eso y si fuera creyente le pediría a Dios (así dice mi mamá) que me librara de que con los años yo pudiera caer en tal grado de locura, pues tenía algo de enfermizo la manera como ese señor se volvió loco mirando y tratando de abordar a las jovencitas.
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