Debo confesar que no soy fanático -que conste, fanático- de la naturaleza, ni del mar ni de todas esas maravillas por la que mucha gente se desvive y le gusta viajar y visitar países tratando de descubrir bellezas naturales o sitios espectaculares. Sé de gente para las que ir al gran cañón es cosa de sueño o conocer las pirámides Mayas o de Egipto o pasar por París y tirarse una foto en la torre Eiffel.
De igual manera, hay muchas otras personas a las que le produce la misma fascinación visitar New York y subir al Empire State o ir de compras por las tiendas de la quinta avenida sin dejar de pasar por Times Square y otras obras de deslumbramiento en la gran metrópolis.
En cambio yo, los gustos míos son más simples. Aunque no soy insensible a todas esas cosas, puedo muy bien disfrutar de todas ellas, soy capaz de cambiar todas esas experiencias por una buena conversación, un buen intercambio, un diálogo interesante o la interacción con otra persona cuyos puntos de vista sean relevantes y significativos para mí.
La realidad es que de todas las cosas asombrosas que la vida me ha presentado, la que me resulta más difícil de entender, la más insondable, misteriosa y fascinante la constituye la naturaleza humana y yo cambio cualquier cosa por una conversación con alguien que le guste eso, que pueda hablar de eso o por lo menos tenga inquietudes similares sobre las grandes verdades de la existencia, la realidad, la vida y su contraparte la muerte. Lo demás son a mi modo de ver, beneficios adicionales.
No sé, creo que Borges dijo algo parecido por ahí: la vida es una serie de conversaciones. Lo único que para tenerlas hace falta tener buenos interlocutores (y estos escasean).
1 comment:
Qué bueno que ya estás de nuevo escribiendo.
Hubo un tiempo en que para mí de las cosas más fantásticas del mundo estaba el viajar y descubrir lugares exóticos y cuanto más lejanos mejor.
Ahora, -ya desde hace unos cuantos años- coincido contigo.
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