Se habla mejor con ejemplos. El internet, los nuevos teléfonos, la TV, cuya distinción entre unos y otros es cada vez más difusa, están alterando nuestras prioridades. Nos entretienen demasiado y no queremos despegarnos de esos aparatos unos pocos segundos.
No existe la palabra tregua. Dentro y fuera de la casa es lo mismo. Cuando uno llega de trabajar va directamente hacia esas fuentes de entretenimiento buscando lo que ofrecen para el consumo de los mortales: llámese información, noticias, compras, sexo, usted lo menciona y ahí está.
La atracción y la dependencia son tan fuertes que se postergan y se dejan de hacer las tareas primordiales en la casa (y fuera de ella), lo cual no debería ser.
Igual los fines de semana. Es un desperdicio ver cómo se nos van las horas y al final del día no hemos completado ninguna de las tareas que son necesarias para mantener una casa en buen funcionamiento. Nada se ha hecho en beneficio de acomodarnos en el hábitat dónde vivimos. Ropa que lavar o planchar, pasar la aspiradora, desempolvar, oficios en la cocina, fregar, la bañera, etc., todos quedan relegados a un segundo o tercer plano por culpa de nuestras nuevas dependencias.
Debo dar crédito por esta entrega a la visita que hice a la casa de unos amigos, uno de estos días, cuando una de las muchachas que me recibió puso el dedo en la llaga al decirme mientras limpiaba el piso: siempre hay algo que hacer en la casa.
No pude evitar reflejarme en ese espejo. De golpe me vino a la memoria todas las cosas que había que hacer en mi casa y yo no las hacía. Había y hay muchas cosas por hacer y me pregunté: ¿porqué yo no las hago? ¿Porqué yo no las he hecho?
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