Uno tiende a juzgar por las apariencias y aunque ellas nos dicen algo de nosotros y de los demás, las mismas no nos lo dicen todo. En muchos casos lo que dejamos ver de nosotros en una foto (o lo que los otros ven), en una entrega de las redes sociales o hasta en un post como este es insuficiente para dar o transmitir una verdadera idea de quiénes somos.
Lo que sí me parece revelador y es también chocante acerca de nosotros mismos y de los demás son las respuestas que damos y/o nuestra reacción a cómo los demás interpretan y reaccionan a nuestras entregas.
En otras palabras, es la interacción con los demás lo que nos revela y nos delata, más que todas las descripciones que hacemos de nosotros mismos o las fotos que publicamos por doquier.
De las múltiples e innumerables interacciones que se dan entre los individuos voy a entresacar unas pocas muy vinculadas a las redes sociales y a las actividades digitales. Por ejemplo, he observado como las personas tendemos a identificarnos con las caras y las expresiones que vemos y nos gustan. Igual nos pasa con lo que leemos. Para bien o para mal creamos también lazos emocionales y sentimentales con los autores de eso que leemos y compartimos.
Lamentablemente esa relación de cercanía afectiva que nosotros establecemos con esas personas con las que nos identificamos es muy probable que se establezca en una sola dirección, sin darnos cuenta, a veces de manera inconsciente y también unilateral.
En otras palabras, es muy probable que esa sensación de cercanía que sentimos no sea de doble vía, sea asimétrica y no sea compartida debido en su mayor parte porque lo que produce el acercamiento y la identificación de un lado no necesariamente ocurre del otro por más buenas intenciones y buenos deseos que parezcan poseer quiénes albergamos tales sentimientos.
El trabajo de publicar y compartir una foto, una entrega, un artículo de periódico o hasta una presentación de cualquier tipo (teatro, TV, cine, etc) sólo toma en cuenta las emociones y los sentimientos del emisor y puede ser un proceso introspectivo en el cual el emisor no necesariamente está tomando en cuenta los efectos que provoca o podría provocar en la audiencia.
Para el publicador de un artículo puede resultar una sorpresa muy agradable la aceptación que ha alcanzado su mensaje en el público, pero aunque ello es atractivo y halagador la cercanía emocional que siente el receptor no se equipara a la del emisor y por ende es muy fácil la creación de malentendidos.
La cortesía puede malinterpretarse y es muy fácil herir las susceptibilidades de terceros que esperan un mayor nivel de acogimiento y comprensión. Lo que ocurre es que no siempre la persona que origina o provoca reacciones afectivas en terceros, está preparada para devolver en la misma medida y con la misma moneda las manifestaciones de afecto dirigidas en su favor.
Lo que para una parte pueden parecer muestras de estimación y cariño que deben ser bienvenidas y aceptadas sin ningún tipo de cuestionamiento u objeción, la otra parte puede sentir que es una invasión a su privacidad o peor, pueden llegar a provocar sensaciones de malestar, asedio y acoso si no son dosificadas y dirigidas de manera apropiada.
Situaciones de este tipo pueden convertirse en un círculo vicioso pues la fascinación que siente una de las partes hacia su objeto de atracción la puede llevar a ser más inquisitiva de la cuenta y a llamar o buscar la atención utilizando todos los medios a su alcance, en especial, saltándose una que otra norma de civilidad al dirigirse a personas con las que a pesar de creer que se comparte una familiaridad, en realidad se sabe muy poco de ellas.
Todo este empeño por acercarnos, sin embargo, nos lleva obviamente a tratar de justificar nuestras acciones y los motivos por los que actuamos de la manera que actuamos. Pero al final lo que provocamos es un efecto boomerang donde producimos lo contrario de lo que intentamos conseguir.
Los sentimientos de acoso que siente el destinatario se pueden exacerbar y las conductas de rechazo se instalan hasta tal punto que provocan el colapso y la ruptura total de la comunicación entre las partes involucradas. Quién se defiende puede quedar luego sorprendido de las reacciones a las que se es capaz de llegar cuando se sienten asedio y acorralamiento ya sea de manera real o imaginada.
Lo que sí me parece revelador y es también chocante acerca de nosotros mismos y de los demás son las respuestas que damos y/o nuestra reacción a cómo los demás interpretan y reaccionan a nuestras entregas.
En otras palabras, es la interacción con los demás lo que nos revela y nos delata, más que todas las descripciones que hacemos de nosotros mismos o las fotos que publicamos por doquier.
De las múltiples e innumerables interacciones que se dan entre los individuos voy a entresacar unas pocas muy vinculadas a las redes sociales y a las actividades digitales. Por ejemplo, he observado como las personas tendemos a identificarnos con las caras y las expresiones que vemos y nos gustan. Igual nos pasa con lo que leemos. Para bien o para mal creamos también lazos emocionales y sentimentales con los autores de eso que leemos y compartimos.
Lamentablemente esa relación de cercanía afectiva que nosotros establecemos con esas personas con las que nos identificamos es muy probable que se establezca en una sola dirección, sin darnos cuenta, a veces de manera inconsciente y también unilateral.
En otras palabras, es muy probable que esa sensación de cercanía que sentimos no sea de doble vía, sea asimétrica y no sea compartida debido en su mayor parte porque lo que produce el acercamiento y la identificación de un lado no necesariamente ocurre del otro por más buenas intenciones y buenos deseos que parezcan poseer quiénes albergamos tales sentimientos.
El trabajo de publicar y compartir una foto, una entrega, un artículo de periódico o hasta una presentación de cualquier tipo (teatro, TV, cine, etc) sólo toma en cuenta las emociones y los sentimientos del emisor y puede ser un proceso introspectivo en el cual el emisor no necesariamente está tomando en cuenta los efectos que provoca o podría provocar en la audiencia.
Para el publicador de un artículo puede resultar una sorpresa muy agradable la aceptación que ha alcanzado su mensaje en el público, pero aunque ello es atractivo y halagador la cercanía emocional que siente el receptor no se equipara a la del emisor y por ende es muy fácil la creación de malentendidos.
La cortesía puede malinterpretarse y es muy fácil herir las susceptibilidades de terceros que esperan un mayor nivel de acogimiento y comprensión. Lo que ocurre es que no siempre la persona que origina o provoca reacciones afectivas en terceros, está preparada para devolver en la misma medida y con la misma moneda las manifestaciones de afecto dirigidas en su favor.
Lo que para una parte pueden parecer muestras de estimación y cariño que deben ser bienvenidas y aceptadas sin ningún tipo de cuestionamiento u objeción, la otra parte puede sentir que es una invasión a su privacidad o peor, pueden llegar a provocar sensaciones de malestar, asedio y acoso si no son dosificadas y dirigidas de manera apropiada.
Situaciones de este tipo pueden convertirse en un círculo vicioso pues la fascinación que siente una de las partes hacia su objeto de atracción la puede llevar a ser más inquisitiva de la cuenta y a llamar o buscar la atención utilizando todos los medios a su alcance, en especial, saltándose una que otra norma de civilidad al dirigirse a personas con las que a pesar de creer que se comparte una familiaridad, en realidad se sabe muy poco de ellas.
Todo este empeño por acercarnos, sin embargo, nos lleva obviamente a tratar de justificar nuestras acciones y los motivos por los que actuamos de la manera que actuamos. Pero al final lo que provocamos es un efecto boomerang donde producimos lo contrario de lo que intentamos conseguir.
Los sentimientos de acoso que siente el destinatario se pueden exacerbar y las conductas de rechazo se instalan hasta tal punto que provocan el colapso y la ruptura total de la comunicación entre las partes involucradas. Quién se defiende puede quedar luego sorprendido de las reacciones a las que se es capaz de llegar cuando se sienten asedio y acorralamiento ya sea de manera real o imaginada.
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