He estado reflexionando los últimos días en el énfasis que le damos a aceptar a los demás, el otro o la otra, tal y como son, con sus diferencias y peculiaridades, con sus aciertos y sus fallas sin discriminarlos (negativamente) por el origen, educación, raza, sexo, orientación sexual, clase social y muchos criterios más.
Alcanzar este objetivo sería un gran logro social que nos permitiría vivir en paz los unos con los otros porque si todos hacemos lo mismo (no discriminar) la convivencia en sociedad sería casi perfecta pues por simetría el otro del otro o de los otros soy yo o nosotros mismos y por "las leyes" de reciprocidad debería esperar y recibir el mismo tratamiento que doy o damos.
Lamentablemente la realidad no es así y generalmente hacemos mucho esfuerzo por plegarnos a los demás aceptándolos y acomodándonos a sus idiosincrasias y formas de ser que no siempre son compatibles con las nuestras.
No es que de pronto nos hemos convertido en egoístas y quisiéramos que todo fuera a la inversa y que todo el mundo comenzara a girar a nuestro alrededor. No, no es eso. El hecho es que tratando de enfocarnos demasiado en las características que hacen distintas a los demás con el propósito de satisfacer las necesidades ajenas, podemos perder la perspectiva de que no siempre es el otro o los otros los que son diferentes, sino uno mismo; nosotros mismos somos los que no encajamos, los que nos salimos del molde, no con el objetivo de que nos complazcan sino para nuestro propio reconocimiento del porqué no necesariamente tenemos que ir siempre al encuentro de cumplir los deseos de terceros a costa de sacrificar los nuestros.
Todo parece indicar que es mucho más fácil para las personas, el atribuirle a los demás cualidades buenas o malas. Sin mucha dificultad somos capaces de endilgarle todo tipo de etiquetas a terceros, pero no somos tan hábiles o tenemos emplazados mecanismos de defensa para evitar reconocer cualidades en nosotros que podrían definirnos como malos, extraños o los raros de la película.
No voy a ser exhaustivo y me voy a concentrar en un aspecto de todo esto: qué tal si el que es raro soy yo o mejor dicho, qué tal si yo soy el diferente o el que tiene la razón y los demás son los que están equivocados por decirlo de otra manera.
¿Saben qué? He hecho este pequeño ejercicio los últimos días y me ha resultado liberador. No porque me interese imponer mis ideas y mis criterios a los demás, para que me sigan o hagan lo que yo quiera, sino porque me libera de la necesidad de querer pertenecer al rebaño o al grupo y me da la oportunidad de abrir mi propio camino, el cual es siempre menos transitado, más solitario pero al mismo tiempo es el que me produce las mayor satisfacción de descubrir y saber quién yo soy.
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