Son las 7 de la noche cuando empiezo a escribir esta entrega. En otros tiempos me estuviera tomando una cerveza o una copa de vino porque eso es lo que Dios manda, pero no. En esta ocasión me he hecho acompañar por un té de Manzanilla que a pesar de tener poco en común con los anteriores, no está nada mal. Está a pedir de boca, calientito porque aquí dentro de la casa hace un poco de frío. Dejé el aire acondicionado prendido un poco más de la cuenta. Y no es que hiciera mucho calor afuera sino que terminé de comer y necesitaba crear las condiciones ideales para la siesta, lo que en otras palabras quiere decir, bajar tanto la temperatura ambiental como la del cuerpo para inducir mejor el sueño. Porque si estoy en casa el cuerpo demanda una siesta y ahí no existe dualidad de pensares o criterios: el cuerpo y la mente míos están en sincronía total, al unísono en eso de la siesta. Podría escribir un tratado filosófico sobre eso. Y debo haber dicho esto en otra parte de este blog: la siesta no es algo así que podría decirse que lo hago por los beneficios a la salud que aporta, que de hecho es así. El ejercicio físico es también algo muy bueno y aconsejable para la salud de la mente y el cuerpo pero no es algo que hago de buena gana. Más bien me ejercito (corro) a regañadientes, porque me obligo. La siesta en cambio además de ser una necesidad, es para mí un disfrute y un placer al que me entrego en cuerpo y alma. Idealmente uno debe tener un trabajo como el mío que permite estar en la casa la mayoría de las tardes. Sin embargo, no estar en la casa no es un obstáculo para entregarse a una pequeña siesta. Se puede también cuando se está en la calle. Luego que se domina la técnica uno puede dormirse 10 o 15 minutos en el carro, el autobús o el tren. En casas ajenas, basta relajarse un poco en un buen sofá o sillón y hasta en el piso si hay confianza y se lo permiten a uno. Sólo hay que cerrar los ojos por unos momentos y sin que uno se dé cuenta, uno entra en trance y en un abrir y cerrar de ojos, han pasado esos minutos preciosos que nos renuevan de pies a cabeza. El efecto es tan profundo, a veces, que es necesario tomarse un café para despabilarse.
Un paréntesis ahora mismo porque tengo que rellenar la taza del té de Manzanilla. Voy a ponerle otra bolsita para que no pierda la consistencia en el sabor. Ya el silbido de la tetera me está avisando de que el agua está hirviendo y en breve seguimos con esta conversación, o mejor dicho con este monólogo.
El tema de las siestas es para mí apasionante. No quiere decir que "me muero" o no puedo funcionar si dejo de tomar una. De hecho si estoy muy ocupado, ya sea por trabajo o por diversión, o me he tomado más de 3 cafés, dejo de percibir las señales que me indican que necesito de una. Hay consecuencias, sin embargo y quizás la más importante es que mi cuerpo se adelanta varias horas, me da sueño de manera prematura y debo ir a acostarme más temprano que de costumbre. Lo cual no me favorece mucho porque usualmente despierto en la madrugada y tengo que esperar cierto tiempo para volver a dormirme.
He sido así toda la vida, desde que tengo memoria y uso de razón. Puedo acordarme como hoy de cómo en las tardes luego de regresar de la escuela primaria, almorzar y tomar una siesta, la temperatura de mi cuerpo bajaba hasta el punto de tener que salir a calentarme bajo el ardiente sol tropical. Y es que en aquellos tiempos todavía no había descubierto el poder del café para sacarme de la modorra.
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