El otro día reflexionaba yo acerca de la importancia de que en nuestra vida cotidiana uno se encontrara siempre con problemas y necesidades que resolver pues ellos y ellas en vez de entorpecer o afectar nuestras habilidades, al contrario, nos las afinaban y nos motivaban a salir en la búsqueda de respuestas y soluciones a las dificultades que se nos cruzaran en el camino.
Especulaba que de alguna manera esto era lo que impulsaba al mundo y me alegraba de que siempre uno pudiera encontrar situaciones en las que uno tenía la capacidad para enfrentarse a los retos y obstáculos que trae consigo el diario vivir.
Sin problemas, sin complicaciones y sin dificultades no habría incentivos para hacer cambiar las cosas, el status quo. El mundo sería muy aburrido.
Hasta ahí todo estaba bien. Era y es muy poderoso y reconfortante el sentimiento que produce creer poder estar en control de las cosas y hasta poder creer que se puede cambiar el mundo.
La felicidad sin embargo dura poco. Es efímera como un sueño placentero del que te despiertas antes del momento más esperado y culminante.
¿Qué ocurre cuándo no está en uno o no depende de uno el que las cosas cambien? O peor, ¿qué ocurre cuando te ves involucrado en situaciones en las que tu vinculación es simplemente circunstancial, pero igual estás metido de lleno dentro de ellas y no puedes hacer nada para escaparte o deshacerte de ellas?
La vida parece ser un rompecabezas o quizás un laberinto donde el azar parece jugar una parte muy importante y decisiva en la solución de sus enigmas. La entrada al laberinto no siempre depende de nuestra voluntad, ni la salida del mismo de las habilidades propias sino también de la suerte.
Todo este preámbulo para decir que uno no debe confiarse demasiado pues cuando mejor van las cosas la vida te presenta situaciones que van más allá del propio control y humildemente hay que volver un poco hacia atrás para medir y reevaluar nuestras perspectivas.
Afortunadamente uno aprende la lección y todo vuelve a la normalidad, al menos por un tiempo. Luego nos confiamos y volvemos a andar distraídos por el mundo hasta que se nos atraviesa otra piedra en el camino, la cual hará que levantemos los pies y así volvemos a reiniciar el ciclo.
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