Tal y como había predicho por aquí, me fui a pasar unos días por la ciudad de Montreal. Aproveché la ocasión de la celebración de la independencia de los Estados Unidos el 4 de Julio para alejarme de New York.
No soy muy amante de las celebraciones patrióticas ni religiosas y si tengo los medios a mi alcance trato de escabullirme y escaparme del ruido y el bullicio que se suscita durante esos días.
En general, en el verano me desagrada mucho ver a tanta gente en los parques (de mi sector por lo menos), atiborrándose de comida hasta más no poder y caminar en las aceras alrededor de ellos se vuelve dificultoso por la cantidad de humo y el olor a quemado que provienen de las numerosas parrilladas que se arman dentro de sus confines.
Me alegré en esta ocasión de tener la opción de poder irme a otra parte. Como ya he dicho me fui a Montreal.
Visitar Montreal era algo que quería hacer desde hacía mucho tiempo y hasta me había planteado la posibilidad de ir en automóvil desde Nueva York. De todos es conocida mi afición por el Francés y por extensión todas las cosas francesas. Aunque con los años esa pasión ha menguado bastante, no ha desaparecido del todo y era casi natural el que la ciudad me atrajera por su herencia cultural proveniente de Francia.
Me hospedé en una especie de hotel o posada cuyas ganancias sirven para ayudar a las mujeres necesitadas de Montreal. O sea que de entrada estaba apoyando una causa social. Luego que supe eso (me enteré allá) me gustó y me hizo sentir muy bien haber escogido ese lugar. Además de eso, estaba localizado en el mismísimo centro de la ciudad de donde podía moverme sin dificultad y mayormente a pie hacia cualquier punto de interés de la ciudad.
Me encantó Montreal, una ciudad muy ordenada, muy cálida y dónde se respira un ambiente muy jovial y receptivo.
Coincidió mi visita con la celebración del festival internacional de Jazz de Montreal y eso en sí era ya un gran plus.
Llegué Domingo 3 de Julio y al día siguiente Lunes salí a conocer la ciudad. A pocas cuadras encontré el barrio de los museos y sin pensarlo mucho me adentré en él. Me impresionó bastante "Le Musée de Beaux-Arts de Montréal" dónde tuve la oportunidad de ver la exposición completa de Pompeii, una ciudad que quedó por muchos siglos enterrada bajo las cenizas del volcán Vesubio. Mucha tela (y muchas fotos) para filosofar. Me hubiera gustado poder regresar y ver más exposiciones. Sólo pude ver algo de "la belle époque", litografías de Toulousse Lautrec y algunas estatuas y pinturas de la época de Napoleón. Tuve que salir corriendo pues había quedado de hacer un tour a pie por el viejo Montreal.
En ese tour a pie por el viejo Montreal visitamos muchos lugares del puerto y como el nombre lo dice la vieja colonia, edificios alegóricos de la época, los primeros lugares en que se establecieron los colonizadores franceses.
Es mucho lo que me queda sin relatar. Me costará en próximos viajes hacer un diario. Lo bueno de todo esto es que uno no se enferma durante esos días; el cuerpo y la mente se renuevan, no se sufre de nada y al final cuando uno regresa vuelve cambiado. Uno se pregunta si la vida toda debería ser así, vivir en un estado de asombro y descubrimiento constante..., vivir en un estado de transformación constante.
Es difícil luego que se regresa de estos viajes, acostumbrarse a la rutina cotidiana y cuesta bastante no ceder a la tentación de a la primera oportunidad escaparse, entregarse a la búsqueda de emociones y aventuras nuevas en la medida en que la suerte ($$$) así lo permita.
Como se puede ver Montreal es también una ciudad muy moderna.
Voy a dejar para otra ocasión (si es que hay otra) los lugares religiosos pues visité unos cuantos de ellos.
No soy muy amante de las celebraciones patrióticas ni religiosas y si tengo los medios a mi alcance trato de escabullirme y escaparme del ruido y el bullicio que se suscita durante esos días.
En general, en el verano me desagrada mucho ver a tanta gente en los parques (de mi sector por lo menos), atiborrándose de comida hasta más no poder y caminar en las aceras alrededor de ellos se vuelve dificultoso por la cantidad de humo y el olor a quemado que provienen de las numerosas parrilladas que se arman dentro de sus confines.
Me alegré en esta ocasión de tener la opción de poder irme a otra parte. Como ya he dicho me fui a Montreal.
Visitar Montreal era algo que quería hacer desde hacía mucho tiempo y hasta me había planteado la posibilidad de ir en automóvil desde Nueva York. De todos es conocida mi afición por el Francés y por extensión todas las cosas francesas. Aunque con los años esa pasión ha menguado bastante, no ha desaparecido del todo y era casi natural el que la ciudad me atrajera por su herencia cultural proveniente de Francia.
Me hospedé en una especie de hotel o posada cuyas ganancias sirven para ayudar a las mujeres necesitadas de Montreal. O sea que de entrada estaba apoyando una causa social. Luego que supe eso (me enteré allá) me gustó y me hizo sentir muy bien haber escogido ese lugar. Además de eso, estaba localizado en el mismísimo centro de la ciudad de donde podía moverme sin dificultad y mayormente a pie hacia cualquier punto de interés de la ciudad.
Me encantó Montreal, una ciudad muy ordenada, muy cálida y dónde se respira un ambiente muy jovial y receptivo.
Coincidió mi visita con la celebración del festival internacional de Jazz de Montreal y eso en sí era ya un gran plus.
Fui todas las noches que estuve allá al festival (cuatro en total) y fue todo como un sueño. Recorrí la Rue St Catherine de un extremo al otro observando el movimiento de la gente, las tiendas, los bares y de vez en cuando adentrándome hacia algunas callecitas laterales para observar estatuas, plazas y uno que otro lugar de interés y al final terminar en el sitio del festival, siempre lleno de gente, de música, de cervezas (Heineken) por todas partes.
Llegué Domingo 3 de Julio y al día siguiente Lunes salí a conocer la ciudad. A pocas cuadras encontré el barrio de los museos y sin pensarlo mucho me adentré en él. Me impresionó bastante "Le Musée de Beaux-Arts de Montréal" dónde tuve la oportunidad de ver la exposición completa de Pompeii, una ciudad que quedó por muchos siglos enterrada bajo las cenizas del volcán Vesubio. Mucha tela (y muchas fotos) para filosofar. Me hubiera gustado poder regresar y ver más exposiciones. Sólo pude ver algo de "la belle époque", litografías de Toulousse Lautrec y algunas estatuas y pinturas de la época de Napoleón. Tuve que salir corriendo pues había quedado de hacer un tour a pie por el viejo Montreal.
En ese tour a pie por el viejo Montreal visitamos muchos lugares del puerto y como el nombre lo dice la vieja colonia, edificios alegóricos de la época, los primeros lugares en que se establecieron los colonizadores franceses.
Es mucho lo que me queda sin relatar. Me costará en próximos viajes hacer un diario. Lo bueno de todo esto es que uno no se enferma durante esos días; el cuerpo y la mente se renuevan, no se sufre de nada y al final cuando uno regresa vuelve cambiado. Uno se pregunta si la vida toda debería ser así, vivir en un estado de asombro y descubrimiento constante..., vivir en un estado de transformación constante.
Es difícil luego que se regresa de estos viajes, acostumbrarse a la rutina cotidiana y cuesta bastante no ceder a la tentación de a la primera oportunidad escaparse, entregarse a la búsqueda de emociones y aventuras nuevas en la medida en que la suerte ($$$) así lo permita.
Como se puede ver Montreal es también una ciudad muy moderna.
Voy a dejar para otra ocasión (si es que hay otra) los lugares religiosos pues visité unos cuantos de ellos.