Una parte importante de la continuidad es el poder fijar nuestras metas y objetivos a largo plazo, no a corto plazo.
Lo cual no es una tarea fácil pues nos obliga a resistir y rechazar las distracciones del camino en miras de algo que no sabemos a ciencia cierta si existe o si lograremos algún día alcanzar.
Encontrar el balance perfecto sería la solución ideal a ese problema anterior. Disfrutar de las bonanzas del recorrido mientras se trabaja a largo plazo en la consecución de una meta deseada, parece ser la respuesta más apropiada.
En otras palabras, si nuestra meta final es disfrutar del sexo dentro de una relación estable (por poner un ejemplo cualquiera), una en la que los lazos afectivos y sentimentales predominen, no por eso debemos desaprovechar las oportunidades de disfrutar del mismo cuando las circunstancias nos son favorables.
Aunque sólo sea de manera transitoria, no definitiva.
El temor existe, sin embargo, de que por estar persiguiendo o atendiendo a urgencias inmediatas y temporales perdamos de vista nuestro objetivo principal, la meta mayor y de más largo plazo.
O peor, que alguien con potencial para ser una meta duradera nos descarte de manera definitiva por estar nosotros entretenidos en asuntos efímeros o de corta duración.
Lo cierto es que desde hace bastante tiempo, desde antes de llegar a los Estados Unidos para ser más precisos, he sabido que otros objetivos diferentes a los sentimentales y afectivos no vale la pena perseguir.
La vida es corta y una vez las necesidades elementales son resueltas todo lo demás es una distracción para alcanzar la felicidad, si es que existe acaso algo con un nombre así.
Ante la perspectiva de la muerte que se yergue incólume en cada recodo del trayecto por la vida y como recompensa final a todos nuestros esfuerzos, pocas cosas resisten un análisis profundo y real de lo que vale o merece la pena comprometerse.
Para mí lo material es secundario. Únicamente los sentimientos como algo que deja huella en la existencia es lo que cuenta y queda.
Por eso se hace tan difícil disfrutar de algo que de antemano uno sabe que no va a durar o que uno cree que es transitorio y temporal. ¡Vaya ironía porque de hecho, todo es temporal!
Talvez esté equivocado y lo pasajero puede convertirse en algo prolongado, duradero y firme.
No lo sé con certeza y son de las cosas que con prioridad me interesa explorar y trabajar más a fondo en el 2013.
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