De la noche a la mañana nuestras vidas han cambiado de manera radical. La realidad que vivimos ha dado un giro de 180 grados y todo está muy revuelto y alterado sin saber hasta cuando. Es un nuevo estado de cosas cuyo denominador común es el virus bautizado como Covid-19.
De repente ya no podemos dar apretones de manos, abrazos y mucho menos besos como formas de saludo. Es aconsejable no acercarse a nadie a una distancia menor de 6 pies. Se evita por todos los medios las congregaciones y cada quien mira con sospecha a cualquiera que esté estornudando o tosiendo.
Así es la vida cuando se está en medio de una epidemia. El que ha tenido la suerte de no haber sido despedido de su trabajo, ahora trabaja desde la casa y ello significa adaptarse, acostumbrarse a las limitaciones que ello conlleva, niños (donde los hay), vida familiar, espacios limitados.
Es una nueva realidad, un nuevo orden de cosas. Se recomienda el no salir de las casas y en algunos lugares se ha impuesto el toque de queda: no se puede salir a partir de determinadas horas. Y la verdad es que toda persona responsable de sí misma y de las personas allegadas, reconoce que es por su propio bien y el de los demás.
De todas maneras, no tiene sentido el salir. ¿Hacia dónde? Todo está cerrado. No puedes divertirte, entretenerte. No hay teatro, cine, restaurantes, ni actividades deportivas de ningún tipo. La vida como hemos estado acostumbrados a vivirla ha quedado suspendida y relegada (literalmente) al pasado.
Yo tenía planeado, por ejemplo, ir a la ciudad de Chicago el 24 de este mes. Era una estadía de menos de 5 días, de Martes a Sábado. El propósito era conocer la ciudad, la cual nunca he visitado. Sin embargo, no fui a ninguna parte. No tenía sentido visitar una ciudad fantasma. Perdí el dinero de mi boleto de avión porque no había reembolso. Pero fue la mejor decisión.
Y no es para menos. El peligro es real y uno no sabe como va responder el cuerpo ante la eventualidad de uno agarrar el dichoso virus. Da pena y horror a la vez, las vicisitudes que atraviesan los trabajadores de la salud, léase médicos, enfermeras, paramédicos, etc.
Pero no sólo ellos sino también los trabajadores de tiendas y supermercados, cajeros, gente que hace entregas a domicilio. Como anteayer en el supermercado donde le tocó atenderme una cajera que de seguro no llegaba a los 18, sin máscara y estaba condenada a pasarse el día entero atendiendo a clientes. Salí de allí todo aconcojado y deprimido.
Contrario a mucha gente yo no puedo evadir la realidad mirando series en Netflix o Amazon o Hulu y otras plataformas. No puedo concentrarme. Veo películas y series cuando no tengo problemas o no hay dificultades. Traté también de escaparme bebiendo alcohol, de preferencia cerveza, porque me gustan mucho. Pero tengo otras opciones: brandy, tequila y bourbon.
Al cabo de unos pocos días me di cuenta que ello era ser muy irresponsable. La resaca del otro día me iba a impedir identificar de manera temprana los síntomas del Covi-19 si por casualidad resultaba infectado. Además, si alguien necesitaba de mi ayuda no hubiera podido ofrecérsela.
Para no abundar más, porque todo el mundo tiene una versión más o menos parecida de lo que estoy viviendo, todo puede resumirse diciendo que: ¡La vida en los tiempos de una pandemia es una mierda!
De repente ya no podemos dar apretones de manos, abrazos y mucho menos besos como formas de saludo. Es aconsejable no acercarse a nadie a una distancia menor de 6 pies. Se evita por todos los medios las congregaciones y cada quien mira con sospecha a cualquiera que esté estornudando o tosiendo.
Así es la vida cuando se está en medio de una epidemia. El que ha tenido la suerte de no haber sido despedido de su trabajo, ahora trabaja desde la casa y ello significa adaptarse, acostumbrarse a las limitaciones que ello conlleva, niños (donde los hay), vida familiar, espacios limitados.
Es una nueva realidad, un nuevo orden de cosas. Se recomienda el no salir de las casas y en algunos lugares se ha impuesto el toque de queda: no se puede salir a partir de determinadas horas. Y la verdad es que toda persona responsable de sí misma y de las personas allegadas, reconoce que es por su propio bien y el de los demás.
De todas maneras, no tiene sentido el salir. ¿Hacia dónde? Todo está cerrado. No puedes divertirte, entretenerte. No hay teatro, cine, restaurantes, ni actividades deportivas de ningún tipo. La vida como hemos estado acostumbrados a vivirla ha quedado suspendida y relegada (literalmente) al pasado.
Yo tenía planeado, por ejemplo, ir a la ciudad de Chicago el 24 de este mes. Era una estadía de menos de 5 días, de Martes a Sábado. El propósito era conocer la ciudad, la cual nunca he visitado. Sin embargo, no fui a ninguna parte. No tenía sentido visitar una ciudad fantasma. Perdí el dinero de mi boleto de avión porque no había reembolso. Pero fue la mejor decisión.
Y no es para menos. El peligro es real y uno no sabe como va responder el cuerpo ante la eventualidad de uno agarrar el dichoso virus. Da pena y horror a la vez, las vicisitudes que atraviesan los trabajadores de la salud, léase médicos, enfermeras, paramédicos, etc.
Pero no sólo ellos sino también los trabajadores de tiendas y supermercados, cajeros, gente que hace entregas a domicilio. Como anteayer en el supermercado donde le tocó atenderme una cajera que de seguro no llegaba a los 18, sin máscara y estaba condenada a pasarse el día entero atendiendo a clientes. Salí de allí todo aconcojado y deprimido.
Contrario a mucha gente yo no puedo evadir la realidad mirando series en Netflix o Amazon o Hulu y otras plataformas. No puedo concentrarme. Veo películas y series cuando no tengo problemas o no hay dificultades. Traté también de escaparme bebiendo alcohol, de preferencia cerveza, porque me gustan mucho. Pero tengo otras opciones: brandy, tequila y bourbon.
Al cabo de unos pocos días me di cuenta que ello era ser muy irresponsable. La resaca del otro día me iba a impedir identificar de manera temprana los síntomas del Covi-19 si por casualidad resultaba infectado. Además, si alguien necesitaba de mi ayuda no hubiera podido ofrecérsela.
Para no abundar más, porque todo el mundo tiene una versión más o menos parecida de lo que estoy viviendo, todo puede resumirse diciendo que: ¡La vida en los tiempos de una pandemia es una mierda!